El espíritu de Herramientas para activar la cultura local que compartimos aquí, explica la tesis de partida del libro Queremos sonreír, una suerte de protesta imaginaria a favor de la cultura y los proyectos que impulsan y agitan su entorno:

Nosotrxs sabemos lo que
queremos, y cuándo lo
queremos…

«Todas las razones para hacer una revolución están ahí. No falta ninguna. El naufragio de la política, el reinado de lo falso, la vulgaridad de los medios, los cataclismos de la industria, la miseria galopante, la explotación desnuda, el apocalipsis ecológico […] Todas las razones están reunidas, pero no son las razones las que hacen la revolución; son los cuerpos.

Y los cuerpos están delante de las pantallas…»

Así comienza Ahora, uno de los textos más recientes del grupo de activistas y pensadores conocido como El Comité invisible. «Una tendencia de la subversión presente» enuncian ellos para autodefinirse. ¿Qué hace un grupo de gestoras y gestores culturales apropiándose de las consignas de una comuna de subversión discursiva y filosofía radical como el Comité invisible?, se preguntará el lector de estas líneas.

Imaginar, quizá, podríamos decir como única respuesta. Aunque también ensayar mundos posibles, maneras de interrogar lo que hacemos para «probar, fracasar, probar de nuevo y fracasar mejor».

Porque si acaso nos atrevemos a aceptar como cierto ese retrato robot de la realidad más reciente que por todas partes se nos impone (incertidumbre y polarización, simplificación de las complejidades; abaratamiento de las certezas, normalización de los fascismos; reformas laborales y mermas de derechos; enjuiciamientos, falsedady disputa), algo habrá que gritar para sentir la existencia de ese cuerpo tan necesitado de enunciar(se).

¿Hace cuánto que la cultura dejó de ser también un reclamo ciudadano? ¿En qué momento se borró de nuestras luchas políticas? ¿Cuándo se diluyó de las promesas y pro- gramas electorales? ¿Quién aboga, o grita, o reclama, o se juega el cuerpo por los supuestos que define y defiende la cultura?

Si la idea parece ingenua, hemos triunfado: es allí en donde buscamos situarnos. Una de las mayores críticas que se lanzan al mencionado colectivo (invisible) y sus epígonos, es justamente su carácter naïf, sus inocentes acercamientos a las luchas que el presente convoca. Desde allí imaginamos: ¿qué pasaría si nuestra protesta reivindicara simplemente el gesto mínimo de empatía entre la comunidad?;

Nos queda, hemos pensado nosotras, un slogan heredado de la globalización más extrema. Porque hay que saber a qué atenerse y atenidas estamos. A nuestras propias limitaciones, pero también a nuestros propios anhelos, podríamos decir siguiendo de nuevo a esos radicales franceses: «hay que saber a qué atenerse, y atenerse a ello. Aun a costa de hacer enemigos. Aun a costa de hacer amigos. Pues desde el momento en que sabemos lo que queremos, ya no estamos solos, el mundo se repuebla. Por todos lados, aliados, proximidades y una gradación infinita de amistades posibles.» Nosotras sabemos lo que queremos, y cuando lo queremos.

¡Queremos Sonreír!
y lo queremos ¡Ya!

*Este texto formó parte del despliegue expositivo del libro Queremos sonreír, realizado en #plantauno durante el años 2019-2020

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